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Condiciones previas tóxicas, por Oliver Burkeman

Condiciones previas tóxicas, por Oliver Burkeman
Oliver Burkeman.
Un bocado traducido de Oliver Burkeman, autor de Cuatro mil semanas, publicado en su newsletter The Imperfectionist.

El otro día descubrí la frase exacta para describir gran parte de lo que nos impide vivir de manera más equilibrada, feliz y productiva: condiciones previas tóxicas.

¿Y qué es una condición previa tóxica?

En el artículo donde encontré el concepto, el científico social James Horton explora por qué muchas personas que quieren escribir más terminan escribiendo muy poco o nada. Según él, el problema radica en creencias erróneas sobre lo que la escritura debe ser para que valga la pena. Te decís a vos mismo cosas que, en teoría, deberían ayudarte a escribir mejor: que hay que hacerlo bien desde el primer intento, que solo vale la pena escribir si el proyecto tiene un gran impacto, etc. Pero el resultado irónico es que, como no estás seguro de que tu escritura cumpla con esos estándares, simplemente no escribís, o escribís mucho menos de lo que podrías. Y, por supuesto, así no hay manera de mejorar.

Este no es solo un problema de los escritores. Las condiciones previas tóxicas acechan en todas partes. Pensá en la obsesión moderna por encontrar la rutina matutina perfecta, con su “protocolo óptimo de exposición a la luz del sol” y demás. (Primer paso: no vivas en el norte de Inglaterra en invierno). Todo empieza de forma inocente, con una lista de tres o cuatro cosas que podrías hacer cada mañana para sentirte mejor y ser más productivo. Pero, muy rápido y casi sin darte cuenta, esa lista se convierte en una serie de rituales que tenés que cumplir religiosamente si querés tener un buen día.

Y así, sin darte cuenta, transformaste un sistema para vivir mejor en un obstáculo para vivir mejor. Porque cada vez que algo se interpone en la rutina—una interrupción externa o simplemente el hecho de que hoy no tenés ganas de meditar o escribir en tu diario—terminás sintiéndote en desventaja, criticándote a vos mismo y diciéndote que mañana sí vas a hacer todo bien.

Una forma aún más amplia de condición previa tóxica es lo que Anne-Laure Le Cunff, en su brillante libro Tiny Experiments, llama “la tiranía del propósito”: la idea sofocante de que todas las actividades con las que llenamos nuestros días deben llevarnos a algún destino final, a una versión acabada de nosotros mismos, para que valgan la pena. Su libro es una guía práctica para vivir con curiosidad y experimentación, no como una estrategia para alcanzar un objetivo en cinco años, sino porque vivir con curiosidad es, en sí mismo, una forma satisfactoria de vivir. Pensá en los proyectos que podrías empezar, los hobbies que podrías explorar, la manera en que podrías llevar tu vida social o tu crianza, si no necesitaras la seguridad de que esa nueva forma de hacer las cosas se convertiría en un hábito permanente. ¿No te sentirías mucho más libre para actuar?

Y eso nos lleva, creo, a la condición previa tóxica más profunda de todas: nuestro deseo de tener alguna garantía antes de empezar algo nuevo, o incluso antes de permitirnos relajarnos y disfrutar la vida. Queremos asegurarnos de que todo va a salir bien, de que nunca vamos a perder el control. Y eso es exactamente lo que estamos dejando atrás cuando nos animamos a escribir unas líneas de nuestra novela sin saber si serán buenas. O cuando seguimos adelante con nuestro día a pesar de no haber cumplido la rutina matutina al pie de la letra. O cuando decidimos darnos un poco más de margen en la vida—porque, ¿quién sabe qué caos podría desatarse si dejáramos de exigirnos tanto, de estar siempre en alerta para evitar retrocesos?

No caemos en estas condiciones previas tóxicas porque seamos irracionales o saboteadores de nuestra propia felicidad. Lo hacemos porque queremos sentirnos seguros, porque queremos evitar emociones que no estamos seguros de poder manejar.

Por eso, entender que la incertidumbre que intentamos evitar ya es parte de nuestra realidad puede ser tan liberador. Como dice Elizabeth Gilbert: “Tenés miedo de soltar el control porque no querés perderlo. Pero nunca lo tuviste; lo único que tuviste fue ansiedad”. Superar las condiciones previas tóxicas no se trata tanto de atreverse a dar un salto al vacío, sino de darse cuenta de que ya estamos en el vacío. Y que, si de todos modos el resto de nuestra vida va a estar llena de momentos buenos y malos—en proporciones impredecibles—realmente no hay mucho que perder al hacer lo que venimos postergando, al mostrarnos en la vida de la manera que nos haga sentir más cuerdos, relajados y vivos.

Horton ofrece algunos buenos consejos para los escritores, como la estrategia de Clive Thompson de escribir sus primeros borradores de forma deliberadamente caótica, llenos de “//” y guiones, para reforzar la idea de que son solo provisionales. Más allá de la escritura, yo también uso mi propia versión de experimento mínimo: si hay algo que me genera resistencia probar, pongo una marca en el calendario dentro de dos semanas o configuro un recordatorio en el teléfono, diciéndome que cuando llegue ese día, si quiero, puedo volver a mi antigua forma de hacer las cosas. Es como una red de seguridad psicológica—y, de repente, el salto es más fácil de dar. Ya no necesito tanta confianza en que estoy tomando la decisión correcta, porque, después de todo, incluso si realmente soy un procrastinador sin remedio, o un creativo delirante sin talento, o un mal padre, o lo que sea que suelo decirme… ¿qué diferencia van a hacer dos semanas más de intentos fallidos?

Nunca tuviste el control; lo único que tuviste fue ansiedad. Y cuando soltás aunque sea un poco de eso, lo que queda es una de las razones más poderosas para actuar: que, al final del día, bien podrías hacerlo.

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