El papelito

Han pasado tres días desde tu muerte.

Seres queridos y allegados se congregaron para presenciar un momento único y fuera de lo común.

Años atrás tomaste una simple tira de papel y escribiste una frase. Pocas palabras, cargadas de significado, que te guiaron como un faro en cada paso de tu vida.

Te dieron pistas sobre cómo actuar,
cómo tratar a los demás,
a quiénes priorizar,
qué de tu esencia contagiar.

En ese papelito sellaste el impacto que querías tener en los demás.

Lo guardaste en un lugar seguro y nunca lo volviste a tocar. Les hablaste a tus más allegados sobre su existencia y les rogaste que no lo leyeran hasta que llegara el momento: el día en que pasaras a ser un recuerdo imborrable en sus vidas.

Ese momento es ahora.

Familiares, amigos, colegas. Todos de pie alrededor del contenedor donde, por décadas, ha descansado una hoja. Un silencio reverente los rodea, invitándolos a reflexionar sobre lo que significaste en sus vidas.

Una persona importante en tu historia da un paso al frente. Con la llave que le confiaste, abre el cerrojo, levanta la tapa y exclama:

—¡Ahí está! ¡Es tal cual lo describió! ¡El papelito!

El silencio de la sala es reemplazado por un murmullo suave, una mezcla de anticipación e incertidumbre que flota en las voces de los presentes.

Con una mano que vibra como la cola de una cascabel, apenas logra tomar el papelito y lo acerca a su mirada. Lo recorre con la vista en silencio, absorbiendo cada palabra. Se le escapa un intento de llanto, pero lo reprime con fuerza para poder compartir lo escrito. Cierra los ojos, toma una respiración profunda y, al abrirlos, pronuncia con voz entrecortada la frase...

...

Un calor reconfortante invade la sala.

Lágrimas caen de muchos ojos, pero no son lágrimas de dolor. Son de orgullo.

Las miradas se cruzan, y poco a poco las lágrimas dan paso a sonrisas. Gestos que revelan que viviste tal como habías decidido vivir.

Sonríen por tu legado.

Porque lo que estaba escrito en ese papelito, nadie más que vos pudo haberlo escrito.