Inmersión
Cuando necesitás aprender algo nuevo, ¿cómo lo hacés?
A finales de 2020, en plena cuarentena, se estrenó la serie Gambito de dama. Por alguna razón difícil de explicar, verla desencadenó una pasión por el ajedrez, un comportamiento nada inesperado para quienes ya me conocen: cuando algo me interesa, me obsesiono.
Había activado el modo persecución. Pero mencionar solo los libros que leí sería subestimar la verdadera experiencia.
Durante meses, los azulejos del baño me parecían un tablero, los floreros alfiles y el tamper de espresso, un peón de madera. En el billete de 100 pesos, veía a Kasparov. Chess.com había asegurado uno de los cuatro codiciados espacios en el dock de aplicaciones de mi iPhone.
Diez veces de diez, si intentaba seleccionar un video al azar en la página principal de YouTube con los ojos cerrados, inevitablemente terminaba en una partida entre Magnus Carlsen y otro gran maestro.
Para mi cumpleaños, me regalaron un tablero, tres libros especializados y dos láminas enmarcadas dibujadas por mi padre, de las cuales desconocía su existencia.
Me había sumergido por completo en el universo del ajedrez.
Esta semana caí en la cuenta de que gran parte de mi vida, resumida de forma sencilla pero precisa, ha girado en torno a entrar y salir constantemente de ese estado de inmersión total. Sucedió lo mismo con la guitarra, el tenis, el café, y luego siguió con los videojuegos, el liderazgo, la programación, los Beatles, los relojes y, por supuesto, el ajedrez.
Y eso es solo mencionar algunos...
Con cada inmersión, los recursos a mi alcance se impregnan del sabor intenso del momento: los libros que me rodean se vuelven estrictamente temáticos. Los podcasts que sigo pronto parecen repetitivos, y el algoritmo de recomendaciones de YouTube casi llega al punto de querer colapsar, de lo aburrido que le resulta sugerirme siempre lo mismo.
Dicen que para aprender un nuevo idioma, no hay nada mejor que irse a vivir por un tiempo a un país donde sea la lengua oficial. Sumergirse en su cultura y costumbres. Escuchar a diario las palabras de los locales, captando su entonación. Enfrentarte al desafío de pedirle al fiambrero 250 gramos de jamón y 200 gramos de queso.
Es eso, inmersión total.
Una y otra vez.
Un sinfín de momentos de exploración y descubrimiento, de aprender cosas nuevas y darte cuenta de que tenés una estrategia para aprender todo lo que quieras.
Un modus operandi.
En el tablero de la vida, la inmersión total es una de mis jugadas maestras.
Para masticar...
¿Cuál es tu estrategia para aprender?