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La croqueta

La croqueta
“La impaciencia puede hacer que incluso las personas sabias actúen de manera insensata”.

— Janette Oke

El otro día me quemé con una croqueta.

Vino presentada en un plato digno de MasterChef: cinco croquetas redondas en línea, centradas en un plato blanco, con un dedo de distancia entre ellas. Las peinaba una salsa celeste —vaya uno a saber de qué— que daba el toque visual justo para disparar el mecanismo que hace agua la boca.

“Ojo, que están calientes”, advirtió el mozo mientras se alejaba de la mesa.

Lo ignoré. Tenía tanta hambre que no me pude contener.

Dejé la croqueta reposando sobre la lengua, como una perla preciosa dentro de su almeja. Cerré los ojos y me apronté para el deleite. Junté los labios y empecé a masticar.

Una pequeña advertencia en forma de un calor incipiente se transformó rápidamente en un calvario. Estaba ardiendo. Por alguna razón, escupir el veneno nunca es una opción. Así que, haciendo contorsiones con la lengua, me puse a hacer malabares con la croqueta dentro de mi boca.

Inclinaba la cabeza de un lado al otro, buscando lo imposible: que la croqueta flotara sin tocar ni lengua ni paladar. Parecía un perrito de esos de juguete que uno se encuentra sobre la bandeja de un taxi. Después de unos segundos de sufrimiento, logré tragar el infierno. Con ojos llorosos y pulsaciones al borde, agarré un vaso de agua y lo hice desaparecer en un instante.

Por fin pasó...

Segundos después, me quemé de nuevo.

La situación me llevó a pensar en cómo hay cosas que queremos, y las queremos ya.

Un auto 0 km.
Un nuevo puesto en el trabajo.
Un lugar en el plantel de primera.

Ante la incapacidad de soportar el dolor de esperar al momento adecuado, salimos a reclamarlos. Sacamos un préstamo, exigimos el puesto y suplicamos nuestro lugar. Solo queremos lo que queremos, sin pensar en las consecuencias.

Pero la impulsividad, que por momentos se puede sentir de maravilla, puede volver en forma de arrepentimiento cuando tomamos conciencia de nuestra persecución apresurada.

Al igual que con la croqueta, terminamos quemándonos.

Pero, como con tantas otras cosas en la vida, a veces lo mejor es esperar. Dejar que las cosas alcancen su punto justo, que se templen lo suficiente para que realmente podamos disfrutarlas.

Porque, al final, muchas cosas necesitan tiempo para madurar, o al menos, para enfriarse.

Para masticar...

¿Qué decisión importante estás considerando ahora que podría beneficiarse de un poco de paciencia?