La obra maestra
Cuando ya no sentí sabor a café en el paladar, me dirigí a la cocina para dar comienzo al segundo ritual de la mañana: preparar el mate.
Puse a calentar 1.2 litros de agua filtrada y me acerqué a la papelera para vaciar los restos de yerba de la tarde anterior. Hice palanca con la bombilla cuidadosamente, buscando el punto justo de cuchareo para evitar catapultar un terrón verde al suelo. Pude quitar casi todo el contenido salvo un resto, impregnado en las paredes de la calabaza, que salió fácilmente bajo el chorro de agua de la pileta.
Sequé el exterior del mate con un paño y absorbí la humedad interior con un papel de cocina doblado al medio dos veces, ahorrándome un posible aneurisma cerebral por ver caer yerba nueva en una laguna de líquido.
Hirvió el agua, puse un litro en el termo y el resto, en una caldera de “cuello de cisne” cuya existencia se justifica únicamente por el fanatismo desmedido que tengo por el café. Completé el termo con dos dedos de agua natural, regulando así la temperatura del líquido final para cebar, y agregué un poco más a la caldera buscando bajar a 65 grados su contenido: temperatura ideal para hinchar yerba.
Agarré el mate con una mano, lo tapé con la otra, y en un acto coordinado lo giré al tiempo que agitaba su contenido, dejando un aura de polvo verde en la palma y una pendiente de yerba seca dentro del recipiente.
Apunté el cuello de cisne a la intersección de la pared interior del recipiente con la parte más baja de la montaña, y vertí agua casi hasta ahogar el seco verde por completo, deteniéndome justo a tiempo. Luego lo dejé tranquilo, reposando en la mesada de la cocina, hinchando.
Cada mañana, ese momento se siente especial: el procedimiento de armado fue un éxito, cada detalle ejecutado a la perfección, y me siento más cerca de cumplir mi objetivo: disfrutar de un rico mate. Como diría Jordan Peterson, “muchas emociones positivas dependen de tu percepción personal de que te estás acercando a un objetivo valioso. No de que lo hayas alcanzado”. Solo queda esperar unos minutos a que florezca.
Pero la vida tiene su cuota de vuelcos inesperados...
Agarré el termo con una mano y acogoté el mate con los dedos índice y pulgar de la otra, dejando lugar para calzar una tablet entre el anular y el del medio. A los tres pasos, la mano sobrecargada se pronunció.
El segundero del reloj de pared dio algo así como una vuelta completa mientras yo, atónito, contemplaba el desastre. En un acto ensordecedor en mi mente pero mudo para el observador, inicié una pulseada con los pensamientos negativos, conteniéndome para no estallar.
Cuando logré aceptar la destrucción de mi obra, el incumplimiento de mis expectativas para la mañana, procedí a limpiar el desastre. Pero cuando me agaché a recoger el mate, tuve una idea:
“¿Y si escribo sobre esto?”
Así, en mi mente, el piso se convirtió en un lienzo y las manchas de yerba me hicieron pensar en las obras de Jackson Pollock.
“Así es como los obstáculos se vuelven obstáculos. A través de nuestra percepción de los eventos, somos cómplices tanto en la creación como en la destrucción de cada uno de nuestros obstáculos. No existe el bien o el mal sin nosotros, solo existe la percepción. Está el evento en sí y la historia que nos contamos sobre lo que significa”.
Ryan Holiday, The Obstacle is the Way
Estaba falto de ideas para este bocado. En los últimos días perseguí varias alternativas que me llevaron al mismo lugar: la hoja en blanco. Son incontables las veces que un obstáculo se presentó y conservó su denominación en la historia de mi vida. Esta no fue una de ellas.
Lo que hoy se presentó como un obstáculo en mi camino, atentando contra una mañana cuidadosamente diseñada, se transformó en una preciada oportunidad para escribir.
Yo lo transformé, en mi mente, haciendo un esfuerzo consciente por lograrlo.
La yerba ya se desparramó, y no puedo hacer nada para revertir la situación. Solo resta elegir: ahogarme en la decepción o hacer una obra maestra de la situación.
Fue una pregunta la que me ayudó a visualizar la obra de Pollock en el desastroso piso de mi cocina. La misma que me impulsa a reconsiderar mi perspectiva cuando este tipo de situación se presenta:
Para masticar...
¿Qué podría hacer para sentir que valió la pena pasar por esto?