La pregunta
Cuatro preguntas importantes para preguntarte continuamente:
“¿Cómo he sido cómplice en la creación de las condiciones que digo que no quiero?”
“¿Qué no estoy diciendo que necesita ser dicho?”
“¿Qué estoy diciendo que no está siendo escuchado?”
“¿Qué se está diciendo que yo no estoy escuchando?”
― Jerry Colonna (The Coach With the Spider Tattoo [The Tim Ferris Show])
¿Qué hace que una pregunta sea una buena pregunta?
Parece relevante responder primero,
¿Para qué preguntar?
“Averiguar” es la primera respuesta evidente.
¿Cuántos grados hay hoy?
Necesitamos información, y la pregunta es el medio para conseguirla.
Qué preguntamos determinará si obtenemos lo que buscamos.
Si nuestra intención es saber la temperatura actual,
¿Cómo está el clima? no parece la mejor alternativa.
Podría evocar respuestas poco útiles,
como “lindo”, “soleado” o “frío”.
¿Qué tan lindo?
¿Qué tan frío?
¿Qué significa lindo y frío?
El qué debe ser preciso.
Calibrado.
¿Cuántos grados hay? es una buena versión de la pregunta,
pero ¿de qué sirve la respuesta si salgo en bermudas con 20 grados y me enfrento a ráfagas de viento que me hielan las piernas?
La pregunta admite mayor precisión.
¿Cuál es la sensación térmica? apunta a un qué más acertado.
Cómo preguntamos también es crucial.
El contexto sentará las bases para un cómo adecuado.
Si le preguntamos a un peatón apurado y desconocido
¿Cuántos grados hay? al pasar,
quizás obtengamos una respuesta algo fría,
que nada tendrá que ver con la temperatura ambiente.
Un poco de cortesía podría hacer la diferencia.
Podemos ser directos con un colega en la oficina, con quien ya hemos hablado durante la mañana.
Aquí, la cortesía sería innecesaria.
No olvidemos el cuándo.
De esto dependerá que nuestra pregunta sea recibida como una molestia,
un dolor de cabeza,
o como una interacción agradable.
Preguntar por la sensación térmica a alguien que está revolviendo un guiso de porotos no nos dará la mejor respuesta.
Quien acaba de llegar de la calle,
o quien está navegando en la web,
será más propenso a ayudarnos.
Qué, cómo y cuándo,
variables a calibrar para encontrar lo que buscamos.
Pero a veces, preguntamos con otra intención:
motivar un cambio.
En esos casos, no siempre esperamos una respuesta a cambio.
La pregunta es una herramienta para pensar,
a menudo la usamos para conocernos a nosotros mismos.
¿Qué me llevó a actuar así?
¿Qué quiero lograr con todo esto?
¿Cómo he sido cómplice en la creación de las condiciones que digo que no quiero?
La respuesta será impredecible,
y su contenido dependerá de quién la recite.
Cien personas preguntándose lo mismo llegarán a cien respuestas diferentes.
Por cada competidor en los 100 metros planos de los Juegos Olímpicos,
descubriremos una versión distinta de lo que los impulsa a exigirse al máximo.
Y eso, a pesar de que el objetivo parece ser el mismo: ganar una medalla.
Unos lo harán para superarse, otros para dar orgullo a su país,
y algunos, para inspirar a las próximas generaciones.
En algún punto, buscamos respuestas con este tipo de preguntas.
Algo que nos ayude a encontrar claridad, a entendernos, a comprender lo incomprensible.
Pero no sería justo ponerlas en la misma categoría que las preguntas con respuestas precisas e irrefutables,
las de índole “sensación térmica”.
Este tipo de preguntas nos invita a explorar, a descubrir una o varias respuestas,
y, a veces, a enfrentarnos con la realidad de nuestra ignorancia,
quedando paralizados ante la interrogante en cuestión.
Es natural pensar que podemos usar este tipo de preguntas para ayudar a los demás a pensar.
El otro no es más que uno de nosotros.
¿Para qué quisiéramos ayudarlo a pensar?
Del mismo modo que una pregunta exploratoria nos obliga a pensar y descubrir lo impensado,
podemos generar el mismo efecto en quien la recibe,
impactando en su desarrollo personal y profesional.
Es un arte difícil de dominar.
Cuando un empleado joven se acerca con un ¿cómo hago tal cosa?, es natural que surjan las ganas de demostrar todo tu conocimiento.
Elaborar una respuesta digna de un experto, que haga brillar los ojos del aprendiz y eleve tu espíritu.
Pero frenarte ante ese impulso es parte del arte de preguntar.
El empleado trajo una pregunta “averiguatoria”,
pero perdiste la oportunidad de devolverle una “exploratoria”.
¿Qué podrías intentar?
Así le enseñás a tu aprendiz a pensar por sí mismo,
y le regalás, con tiempo, el tesoro de encontrar respuesta a cualquier tipo de pregunta que se le presente.
La pregunta exploratoria revela potencial.
¿Cómo sería tu día ideal?
De nuevo, tantas respuestas como personas que respondan.
Hace visible lo invisible, al menos en nuestra mente.
Nos permite tomar conciencia de nuestras quejas injustificadas:
¿Qué te lleva a pensar que esa tarea que te pidieron no tiene sentido?
Quizás es razonable, pero la pregunta te hace consciente del círculo vicioso en el que estás atrapado,
un bucle mental que no te deja ver más allá de lo negativo.
Al lanzar una pregunta exploratoria, debemos cuidar las variables:
el qué, el cómo y el cuándo.
Es importante explorar lo adecuado,
desde un lugar de buena intención,
y en el momento indicado.
Nadie quiere explorar sus falencias justo después de que han quedado expuestas.
A todo esto...
¿Qué hace que una pregunta sea una buena pregunta?
Para masticar...
¿Con qué frecuencia usás preguntas exploratorias?