Tal vez no importa, por Oliver Burkeman
Si hay un error de pensamiento que más a menudo me impide vivir una vida absorbente y productivamente significativa, es la idea de que ciertas cosas realmente importan, cuando en realidad no importan en absoluto. O al menos, no tanto como suelo creer.
Un ejemplo deliberadamente mundano: los sábados llevo a mi hijo a una clase de kickboxing. Los asistentes visten un uniforme especial, recitan un juramento para usar sus habilidades solo para el bien, y luego pasan una sorprendentemente gran parte de la hora jugando a “El piso es lava”. El lugar está algo lejos, y la clase empieza temprano, así que si queremos llegar a tiempo, es importante seguir el horario. Es fácil caer en una mentalidad tensa, especialmente si vamos con retraso, y esta sensación se manifiesta físicamente: la mandíbula se aprieta, tal vez sienta un nudo en el estómago, y todo parece expresar la convicción de que sería terrible llegar tarde. Me irrito, y así, hago que la vida sea un poco menos agradable para mí y para mi hijo. Sin embargo, la verdad es que, si bien es importante seguir el horario si quieres llegar a tiempo al kickboxing, lo que no es para nada importante es llegar a tiempo al kickboxing. Simplemente, no importa tanto.
Los horarios y agendas son particularmente problemáticos para mí en este sentido. Antes de un vuelo temprano, suelo despertarme varias veces durante la noche, aparentemente aterrorizado de perder el vuelo, aunque podría permitirme comprar un nuevo boleto si fuera necesario (es cierto que no podría hacerlo repetidamente, pero dado que esto nunca ha sucedido, ya lo enfrentaré si alguna vez llega el caso). Este temor también aparece, tanto en mí como en otros, en la idea de fallar en cumplir obligaciones o de decepcionar a alguien, aunque, como dice Laura Vanderkam en algún lugar, la consecuencia más probable de no cumplir con un compromiso es… pues, nada.
Es como si confundiéramos la importancia condicional –que si quieres lograr el resultado X, mejor haz la acción Y– con la importancia incondicional, es decir, que sería absolutamente terrible si el resultado X no sucediera. Hay ciertas situaciones en las que realmente sería terrible. Pero hay muchas más ocasiones en las que no lo sería.
En este punto, mi crítico interno anticipa una lluvia de objeciones: “Ser puntual muestra respeto y da un buen ejemplo a tu hijo”, “Solo una persona muy privilegiada podría escribir lo que escribiste sobre comprar un nuevo boleto de avión”, “Algunas personas perderían su trabajo o pasarían hambre si descuidaran sus obligaciones como sugieres”. Hay verdad en todo esto, y ayudan a enfocar lo que realmente quiero decir, que no es que cualquiera pueda, o deba, atravesar la vida sin preocuparse por nada. Más bien, es que para algunos de nosotros, el enfoque predeterminado es pasar el día tratando implícitamente un montón de cosas como si fueran cuestiones de vida o muerte, cuando no lo son.
Digo “implícitamente” porque, por supuesto, intelectualmente sé que no importa si llegamos tarde al kickboxing. Pero nunca lo adivinarías por la forma en que mis músculos se tensan o por la urgencia que se apodera de mi estómago.
Hoy no pretendo analizar las razones de esto (aunque cuando explores tu infancia o historia familiar en busca de respuestas, siempre es útil recordar las inquietantes palabras del psicoanalista D. W. Winnicott: “La catástrofe que temes que suceda ya ha sucedido”). Tampoco traigo técnicas ingeniosas para eliminar esta tendencia de una vez por todas. Pero he encontrado extremadamente útil simplemente darme cuenta de lo que está pasando aquí y, al menos a veces, cuando me encuentro cayendo en la mentalidad que he descrito, poder preguntarme: “Espera, ¿esto realmente importa?”
Es sorprendente la frecuencia con la que la respuesta es un obvio y evidente no. Entonces, mis hombros se relajan, exhalo, y al menos por unos momentos, experimento lo que creo que Jiddu Krishnamurti describía cuando hablaba del secreto de su serenidad: “No me importa lo que pase”.
No soy Krishnamurti. En muchas situaciones, sí me importa lo que pase, y tal vez con razón. Pero la mayor parte del tiempo, mi “preocupación” es más bien un hábito corporal –una suposición irreflexiva de que si enfrento una tarea o una decisión, debería proceder como si fuera realmente importante que las cosas salgan bien. Y ese es un hábito que puedo soltar tan pronto como me doy cuenta de él. Entonces, puedo habitar el momento presente de manera más plena y placentera, en lugar de estar siempre esperando ansiosamente para ver si las cosas salen como he decidido que deben salir. Además, puedo hacer cosas más libremente: tomar decisiones, actuar y lograr cosas, en lugar de contenerme por miedo a que las cosas puedan salir catastróficamente mal.
Y así, una vez más, puedo experimentar las notables ventajas del cambio interno, tanto físico como psicológico, que podría resumirse en una sola instrucción: “Relajá”.
Para masticar...
¿Cómo podrías adoptar una actitud más relajada en situaciones tensas?