La música me transformó en gallina
A unos veinte minutos de finalizar la película "Sing", un musical animado en el que gorilas, cerdos, elefantes y ratones cantan algunas de las mejores canciones de todos los tiempos, los pelos de mis brazos se alzaron hasta quedar parados como las cerdas de un cepillo de dientes.
Sonaba "Golden Slumbers", una de las tantas obras maestras del álbum "Abbey Road". Con los ojos humedecidos, alcancé a notar en la piel de mis antebrazos la textura de la goma de una paleta de ping pong.
Me había transformado en gallina.
Días después, pasó algo parecido mientras manejaba por la rambla. La metamorfosis se dio mientras escuchaba el arpegio final de "The End", momento climático del último disco grabado por The Beatles.
¿Qué tiene esta música que me eriza la piel una y otra vez?
Las historias memorables son aquellas que nos atrapan. Nos llevan a sumergirnos a fondo con el personaje, comprender sus aspiraciones, sentir sus alegrías y dolores a flor de piel. Mientras presenciamos una gran historia, estamos actuando el papel del protagonista en el teatro de nuestra mente.
Así fue mi experiencia con la película "Sing". Me había enganchado. Las andanzas de Buster Moon, el oso koala protagonista, se sentían familiares. Podía conectar con sus miedos y sus deseos. Perfectamente, podría ser él (olvidando el detalle de que no es humano). Eso me llevó a vivir en carne propia los altos y bajos de la historia, y fue justamente en uno de los momentos más intensos del musical cuando sonó la música de Paul McCartney por los parlantes.
La narrativa hizo el trabajo pesado: preparar la escena para la transformación inminente. Ya estaba sintiendo las emociones de Moon y presenciando una fuerte situación. Solo faltaba un empujón. Un piano melancólico acompañado de un potente vibrato me lo terminaron dando.
A primera vista, parecería que el contexto juega un papel fundamental en la emoción. La película y su cautivante historia sentaron las bases para que se me pongan los pelos de punta. Pero esto no ayuda a entender lo que pasó mientras manejaba por la rambla...
En el asiento trasero, mi hija de seis años hablando hasta por los codos. El tránsito, algo pesado, me forzaba a jugar con los pedales del auto como un pianista consagrado lo haría con los de su instrumento. En medio del caos, sonó el fragmento de "The End" que me logra erizar cada vez que lo oigo:
"And in the end
The love you take
Is equal to the love you make."
(arpegio de guitarra)
.
Y ahora que acabo de ponerlo en palabras, me convertí en una gallina escribiendo.
¡¿Cómo puede ser?!
Si no hay narrativa. No la había en el auto, y aquí menos todavía.
O... ¿será que la historia está en mi mente?
Mi conexión con los Beatles...
Mi apreciación de esa guitarra...
Mi interpretación de esas palabras...
¿El contexto es mi propia historia, y yo, el protagonista?
Para masticar...
¿Qué canción te eriza la piel cuando la escuchás?