Titiritero
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Empezar a escribir es, por momentos, una tarea titánica.
Resulta imposible salir de la hoja en blanco cuando siento a un intruso respirando dentro de mí...
Sus susurros me hacen dudar de mi capacidad para producir un texto legible. Me llevan a dar vueltas y vueltas con la elección del tema, mareándome en el proceso. Controlan mis dedos como un titiritero que, en lugar de hacer bailar a sus marionetas, las deja suspendidas, inmóviles, congeladas por el miedo.
Quien susurra es La Bestia.
¿Cómo hago para librarme de sus cuerdas?
Según Tim Gallwey, autor de The Inner Game of Tennis, cada uno de nosotros lleva dos “personas” dentro: Self 1 y Self 2.
Self 1 es quien quiere controlarlo todo. Ese “opinólogo” que siempre está pensando y analizando el entorno, dando instrucciones.
La Bestia.
Self 2 es nuestro cuerpo, nuestra versión más automática. Es quien ejecuta las instrucciones que, tarde o temprano, serán evaluadas por el primero.
Los dedos.
En el corazón de The Inner Game está la idea de que, si logramos bajar el volumen a Self 1 y confiar en Self 2, nuestro juego empezará a florecer.
Pero esto no es tenis...
Ni siquiera es deporte. Estoy sentado frente a la computadora, con la espalda torcida y un jarro de café vacío que me reclama atención desde la mañana. Condiciones ideales para que nada florezca.
Se me ocurrió una idea...
Gallwey sugiere darle algo a Self 1 para que se entretenga, algo que lo silencie y le impida interferir con nuestros golpes. En el tenis, es la pelota: observar su vuelo, su trayectoria, sus piques en la pista y el momento exacto del contacto con la raqueta.
Una carnada para La Bestia. Así que cerré los ojos y empecé a teclear...
Dirigí toda mi atención al sonido de cada tecla. Intenté identificar el momento exacto en que la yema de mis dedos entraba en contacto con la superficie de plástico. Absorber esos sonidos, ese ritmo.
El resultado inicial fue un sinsentido, tal como se vio al comienzo de este escrito.
Pero mi mente empezó a calmarse. Los miedos y las dudas enmudecieron, como si hubiera apretado el botón de “mute”. De repente, la tarea de escribir ya no me paralizaba. Con los dedos en movimiento, abrí los ojos y me puse a escribir, esta vez con algo de sentido.
Las marionetas comenzaron a bailar.
Parece que a La Bestia siempre le gusta tener un bocado a mano.
Para masticar...
¿Qué “carnada” podrías darle a tu voz interna, de modo que no te bloquee a la hora de actuar?