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El placar de tuppers

El placar de tuppers
Foto por Manifest Stefany.
🎙️
Complementá esta lectura con este episodio del podcast.
Algún día no es un día de la semana”.

Janet Dailey

El placar de tuppers me quita años de vida cada vez que tengo que lidiar con él.

Está bajo la mesada de la cocina. La primera inconveniencia es que tengo que agacharme para explorarlo. Por lo general, opto por hacer algo que los ortopedistas no aconsejarían: doblar la espalda hacia adelante y bajar la cabeza para evitar la incomodidad de ponerme en cuclillas. Sin embargo, esta estrategia no funciona, ya que diez de cada diez veces una torre de vasos de plástico cae al piso cuando abro la puerta.

Termino agachándome para levantarlos. Los vasos que nadie usa, esos que uno canjea en una red de cobranzas, pero que por alguna razón decidí que ocuparan la primera fila del armario. Los recojo y vuelvo a poner en la misma posición de privilegio, junto a la prensa de hamburguesas que no uso desde 2016. Luego, procedo a introducir mi mano por un hueco que detecto entre la montaña de objetos para alcanzar el tupper celeste que vine a buscar.

Logro tomarlo con las yemas de mis dedos, respiro profundamente y empiezo a extraerlo con el cuidado de quien saca una pieza de un Jenga al límite del colapso. A medida que el antebrazo va saliendo, la adrenalina empieza a correr por mi cuerpo.

“Ya casi estoy llegando”.

La emoción se derrumba cuando noto el color del recipiente entre mis dedos: verde. La desilusión es mayor cuando un leve toque repite el colapso de la torre de vasos que había recogido minutos atrás.

Decido encarar el problema de manera diferente. Hago un reconocimiento del terreno antes de proceder a la extracción. Recorro todos los sectores del mueble con los ojos entrecerrados y logro ver a la distancia el recipiente que estoy buscando. Una vez más, respiro y procedo con la operación. Esquivo otra serie de objetos esenciales en el camino: un porta pajitas, tres vasitos reutilizables de heladería, un portamates sin su mate, una mantequera. Esta vez, tengo éxito y consigo el tupper celeste. Solo hay un inconveniente...

“¿Dónde está la tapa?”

El placar de los tuppers me da dolores de cabeza a diario. Me suben las pulsaciones solo de pensar en interactuar con él. Cada día me desgasto buscando, tirando y levantando cosas de ahí.

¿Cuánto mejores serían mis días si no tuviera que lidiar con ese desorden?
¿Cuánto antes encontraría lo que estoy buscando?

Lo más frustrante es que sé que tengo que organizarlo, pero no me pongo a hacerlo. Es más fácil dejarlo para después. Para un “mejor momento”. Pero el precio de posponer crece en silencio, y lo pagamos día a día en cuotas tan pequeñas que a veces ni nos enteramos. Pequeñas frustraciones que se van acumulando, formando una bola de nieve que crece hasta el momento en que caemos en la desesperación y entramos en quiebra.

Hay otras versiones del “placar de tuppers” que nos quitan pequeñas dosis de felicidad día a día: listas de tareas descontroladas, acumulación de pestañas del navegador, roperos desordenados y la persecución de objetivos múltiples y variados. A veces el desorden es físico y otras veces, mental.

Pero, más allá de su naturaleza, algo me dice que estos se retroalimentan. Si organizo el placar, voy a despejar la neblina mental. Y si actúo con ideas claras, las cosas a mi alrededor se ordenarán.

Para masticar...

¿Con qué “placares” estás lidiando?